Los poetas siguen por el borde y Virgilio hace notar al Dante los ejemplos de soberbia castigada, diseñados en el suelo. A la hora del medio día, aparece un ángel que les indica el camino y que borra una de las siete P de la frente del Dante. Los poetas suben por una áspera escalera, y al penetrar al recinto superior, oyen palabras de vida y de esperanza. El Dante se siente más ligero, y Virgilio le hace saber que la subida le será más fácil a medida que se vayan borrando de su frente las manchas del pecado. El Dante lleva la mano a su frente, y advierte que de las siete P, solo quedaban seis.
Unidos, como bueyes bajo el yugo, íbamos aquella alma cargada y yo, mientras lo permitió mi amado pedagogo, pero cuando dijo: Déjale, y sigue, que aquí conviene que cada cual dé cuanto impulso pueda a su barca con la vela y con los remos, erguí mi cuerpo como debe andar el hombre, por más que mis pensamientos continuaran siendo humildes y sencillos. Ya estaba yo en marcha, siguiendo gustoso los pasos de mi Maestro, y ambos hacíamos alarde de nuestra agilidad, cuando él me dijo:
— Mira hacia abajo; pues para que sea menos penoso el camino, te convendrá ver el suelo en que se asientan tus plantas.
Del modo que las sepulturas tienen esculpido en signos emblemáticos, lo que fueron los muertos enterrados en ellas, para perpetuar su memoria, por lo cual muchas veces arranca lágrimas allí el aguijón del recuerdo, que sólo punza a las almas piadosas, de igual suerte, pero con más propiedad y perfecto artificio, vi yo cubierto de figuras todo el plano de aquella vía que avanza fuera del monte.
Veía, por una parte, a aquel que fue creado más noble que las demás criaturas, cayendo desde el cielo como un rayo. Veía en otro lado a Briareo, herido por el dardo celestial, yaciendo en el suelo y oprimiéndolo con el peso de su helado cuerpo. Veía a Timbreo, a Palas y a Marte, armados aún y en derredor de su padre, contemplando los esparcidos miembros de los Gigantes. Veía a Nemrod al pie de su gran obra, mirando con ojos extraviados a los que fueron en Senaar soberbios como él. ¡Oh Níobe, con cuán desolados ojos te veía representado en el camino entre tus siete y siete hijos exánimes! ¡Oh Saúl, cómo te me aparecías allí, atravesado con tu propia espada y muerto en Gelboé, que desde entonces no volvió a recibir la lluvia ni el rocío! Con igual evidencia te veía, ¡oh loca Aracnea!, ya medio convertida en araña y triste sobre los rotos pedazos de la obra que labraste por desgracia tuya. ¡Oh Roboam! Allí no estabas ya representado con aspecto amenazador sino lleno de espanto y conducido en un carro, huyendo antes que otros te expulsasen de tu reino. Mostrábase además en aquel duro pavimento de qué modo Alcmeón hizo pagar caro a su madre el desastroso adorno; cómo los hijos de Sennaquerib se arrojaron sobre su padre dentro del templo, dejándole allí muerto; la destrucción y el cruel estrago que hizo Tamiris, cuando dijo a Ciro: Tuviste sed de sangre, pues bien, yo te harto de ella, y la derrota de los asirios, después de la muerte de Holofernes, y el destrozo de sus restos fugitivos. Veíase a Troya convertida en cenizas y en ruinas. ¡Oh Ilión!, ¡cuán abatida y despreciable te representaba la escultura que allí se distinguía! ¿Quién fue el maestro, cuyo pincel o buril trazó tales sombras y actitudes, que causarían admiración al más agudo ingenio? Allí los muertos parecían muertos, y los vivos realmente vivos. El que presenció los hechos no vio mejor que yo la verdad de cuanto fui pisando mientras anduve inclinado. Así, pues, hijos de Eva, ensoberbeceos; marchad con la mirada altiva, y no inclinéis el rostro de modo que podáis ver el mal sendero.
Habíamos dado ya una gran vuelta por el monte, y el Sol estaba mucho más adelantado en su camino de lo que nuestro absorto espíritu creyera, cuando aquel que siempre andaba cuidadoso, empezó a decir:
— Levanta la cabeza: no es tiempo de ir tan pensativo. He allí un ángel, que se prepara a venir hacia nosotros, y ve también que se retira del servicio del día la sexta esclava. Reviste de reverencia tu rostro y tu actitud, a fin de que le plazca conducirnos más arriba; piensa en que este día no volverá jamás a lucir.
Estaba yo tan acostumbrado por sus amonestaciones a no desperdiciar el tiempo, que su lenguaje, con respecto a este punto, no podía parecerme oscuro. La hermosa criatura venía en nuestra dirección, vestida de blanco, y centellando su rostro como la estrella matutina. Abrió los brazos y después las alas, diciendo:
— Venid; cerca de aquí están las gradas, y puede subirse fácilmente por ellas. ¡Qué pocos acuden a esta invitación! ¡Oh raza humana, nacida para remontar el vuelo!, ¿por qué el menor soplo de viento te hace caer?
Nos condujo hacia donde la roca estaba cortada; y allí agitó sus alas sobre mi frente, permitiéndome luego seguir con seguridad mi camino. Así como para subir al monte donde está la iglesia que, a mano derecha y más arriba del Rubaconte, domina a la bien gobernada ciudad, se modera la rápida pendiente por medio de las escaleras hechas en otro tiempo, cuando estaban seguros los registros y las marcas oficiales, así también aquí, de un modo semejante, se templa la aspereza de la escarpada cuesta que desciende casi a plomo desde el otro círculo; pero es preciso pasar rasando por ambos lados con las altas rocas. Mientras nos internábamos en aquella angostura, oímos voces que cantaban Beati pauperes spiritu, de tal manera, que no podía expresarse con palabras. ¡Ah! ¡Cuán diferentes de los del Infierno son estos desfiladeros! Aquí se entra oyendo cánticos, y allá horribles lamentos. Subíamos ya por la escalera santa, y me parecía ir más ligero por ella, que antes iba por el camino llano; lo que me obligó a exclamar:
— Maestro, dime: ¿de qué peso me han aliviado, pues ando sin sentir apenas cansancio alguno?
Respondióme:
— Cuando las P, que aún quedan en tu frente casi borradas, hayan desaparecido enteramente, como una de ellas, tus pies obedecerán tan sumisos a tu voluntad, que lejos de sentir el menor cansancio, tendrán un placer en moverse.
Al oír esto, hice como los que llevan algo en la cabeza y no lo saben, pero lo sospechan por los ademanes de otros; que procuran acertarlo con ayuda de la mano, la cual busca y encuentra, y desempeña el oficio que no es posible encomendar a la vista; extendiendo los dedos de la mano derecha, sólo encontré seis de las letras que el Ángel de las llaves había grabado en mí frente; y al ver lo que yo hacía, se sonrió mi Maestro.