viernes, 16 de junio de 2017

Infierno: Canto XXXIV

Cuarta y última esfera del círculo noveno. Los traidores sumergidos en el hielo. El abismo de la Judeca. Aparición de Lucifer. Bajada y subida de los dos poetas. El centro de atracción de la tierra. Salida a otro hemisferio. El riveder de las estrellas.


Vexilla regis prodeunt inferni (las insignas del rey del Infierno avanzan) hacia nosotros. Mira adelante —dijo mi Maestro—, a ver si lo distingues.

Como aparece a lo lejos un molino, cuyas aspas hace girar el viento, cuando éste arrastra una espesa niebla, o cuando anochece en nuestro hemisferio, así me pareció ver a gran distancia un artificio semejante; y luego, para resguardarme del viento, a falta de otro abrigo, me encogí detrás de mi Guía. Estaba ya (con pavor lo digo en mis versos) en el sitio donde las sombras se hallaban completamente cubiertas de hielo, y se transparentaban como paja en vidrio. Unas estaban tendidas, otras derechas; aquéllas con la cabeza, éstas con los pies hacia abajo, y otras por fin con la cabeza tocando a los pies como un arco. Cuando mi Guía creyó que habíamos avanzado lo suficiente para enseñarme la criatura que tuvo el más hermoso rostro, me dejó libre el paso, e hizo que me detuviera.

— He ahí a Dite —me dijo—, y he aquí el lugar donde es preciso que te armes de fortaleza.

No me preguntes, lector, si me quedaría entonces helado y yerto; no quiero escribirlo, porque cuanto dijera sería poco. No quedé muerto ni vivo; piensa por ti, si tienes alguna imaginación, lo que me sucedería viéndome así privado de la vida sin estar muerto.

El emperador del doloroso reino salía fuera del hielo desde la mitad del pecho; mi estatura era más proporcionada a la de un gigante, que la de uno de éstos a la longitud de los brazos de Lucifer; juzga, pues, cuál deba ser el todo que a semejante parte corresponda. Si fue tan bello como deforme es hoy, y osó levantar sus ojos contra su Creador, de él debe proceder sin duda todo mal.

¡Oh! ¡Cuánto asombro me causó, al ver que su cabeza tenía tres rostros! Uno por delante, que era de color bermejo; los otros dos se unían a éste sobre el medio de los hombros, y se juntaban por detrás en lo alto de la coronilla, siendo el de la derecha entre blanco y amarillo, según me pareció; el de la izquierda tenía el aspecto de los oriundos del valle del Nilo. Debajo de cada rostro salían dos grandes alas proporcionadas a la magnitud de tal pájaro; y no he visto jamás velas de buque comparables a ellas; no tenían plumas, pues eran por el estilo de las del murciélago; y se agitaban de manera que producían tres vientos, con los cuales se helaba todo el Cocito. Con seis ojos lloraba Lucifer, y por las tres barbas corrían sus lágrimas, mezcladas de baba sanguinolenta. Con los dientes de cada boca, a modo de agramadera, trituraba un pecador, de suerte que hacía tres desgraciados a un tiempo. Los mordiscos que sufría el de adelante no eran nada en comparación de los rasguños que le causaban las garras de Lucifer, dejándole a veces las espaldas enteramente desolladas.

— El alma que está sufriendo la mayor pena allá arriba —dijo el Maestro— es la de Judas Iscariote, que tiene la cabeza dentro de la boca de Lucifer y agita fuera de ella las piernas. De las otras dos, que tienen la cabeza hacia abajo, la que pende de la boca negra es Bruto; mira cómo se retuerce sin decir una palabra; el otro, que tan membrudo parece, es Casio. Pero se acerca la noche, y es hora ya de partir, pues todo lo hemos visto.

Según le plugo, me abracé a su cuello; aprovechó el momento y el lugar favorable, y cuando las alas estuvieron bien abiertas, agarróse a las velludas costillas de Lucifer, y de pelo en pelo descendió por entre el hirsuto costado y las heladas costras. Cuando llegamos al sitio en que el muslo se desarrolla justamente sobre el grueso de las caderas, mi Guía, con fatiga y con angustia, volvió su cabeza hacia donde aquél tenía las zancas, y se agarró al pelo como un hombre que sube, de modo que creí que volvíamos al Infierno.

— Sostente bien —me dijo jadeando como un hombre cansado—; que por esta escalera es preciso partir de la mansión del dolor.

Después salió fuera por la hendidura de una roca, y me sentó sobre el borde de la misma, poniendo junto a mí su pie prudente. Yo levanté mis ojos, creyendo ver a Lucifer como le había dejado; pero vi que tenía las piernas en alto. Si debí quedar asombrado, júzguelo el vulgo, que no sabe qué punto es aquel por donde yo había pasado.

— Levántate —me dijo el Maestro—; la ruta es larga, el camino malo, y ya el Sol se acerca a la mitad de tercia.

El sitio donde nos encontrábamos no era como la galería de un palacio, sino una caverna de mal piso y escasa de luz.

— Antes que yo salga de este abismo, Maestro mío —le dije al ponerme en pie—, dime algo que me saque de confusiones. ¿Dónde está el hielo, y cómo es que Lucifer está de ese modo invertido? ¿Cómo es que, en tan pocas horas, ha recorrido el Sol su carrera desde la noche a la mañana?

Me contestó:

— ¿Te imaginas sin duda que estás aún al otro lado del centro, donde me cogí al pelo de ese miserable gusano que atraviesa el mundo? Allá te encontrabas mientras descendíamos; cuando me volví, pasaste el punto hacia el que converge toda la gravedad de la Tierra; y ahora estás bajo el hemisferio opuesto a aquel que cubre el árido desierto, y bajo cuyo más alto punto fue muerto el Hombre que nació y vivió sin pecado. Tienes los pies sobre una pequeña esfera, que por el otro lado mira a la Judesca. Aquí amanece, cuando allí anochece; y éste de cuyo pelo nos hemos servido como de una escala, permanece aún fijo del mismo modo que antes. Por esta parte cayó del cielo; y la Tierra, que antes se mostraba en este lado, aterrorizada al verle, se hizo del mar un velo, y se retiró hacia nuestro hemisferio; y quizá también huyendo de él, dejó aquí este vacío la que aparece por acá formando un elevado monte.

Hay allá abajo una cavidad que se aleja tanto de Lucifer cuanta es la extensión de su tumba; cavidad que no puede reconocerse por la vista, sino por el rumor de un arroyuelo, que desciende por el cauce de un peñasco que ha perforado con su curso sinuoso y poco pendiente. Mi Guía y yo entramos en aquel camino oculto, para volver al mundo luminoso; y sin concedernos el menor descanso, subimos, él delante y yo detrás, hasta que pude ver por una abertura redonda las bellezas que contiene el Cielo, y por allí salimos para volver a ver las estrellas.